miércoles, 1 de diciembre de 2010

De Mata-Hari a Wikileaks: historia del espionaje


Durante años, el Departamento de Estado de EEUU y sus embajadas han emborronado papeles y papeles con anotaciones sobre los líderes mundiales y sus debilidades. Gracias a la filtración de esa montaña de documentos secretos, la gente comenta hoy en las cafeterías, entre asombrada y divertida, que Sarkozy es un ególatra, que Merkel no tiene imaginación, que Ahmadineyad se comporta como un Hitler musulmán y que Berlusconi ha perdido el oremus con tanta «fiesta salvaje». Nada demasiado sorprendente. Lo raro es que ahora todos sepamos claramente lo que piensan los americanos: Wikileaks ha abierto una inmensa ventana en una sala habitualmente cerrada bajo siete llaves. 
«La información previa no se puede obtener de fantasmas ni espíritus, ni se puede tener por analogía ni descubrir mediante cálculos. Debe obtenerse de personas; personas que conozcan la situación del enemigo». Quinientos años antes de Cristo, el filósofo chino Sun Tzu reflexionaba sobre la necesidad de los espías en 'El arte de la guerra'. Desde tiempo inmemorial y por razones obvias, los estados han querido saber cómo piensan sus adversarios. Pero resulta más difícil (y psicológicamente más atractivo) descubrir por qué una persona decide convertirse en espía. 
El 15 de octubre de 1917, una ciudadana holandesa, Margaretha Geertruida Zelle, fue conducida ante el pelotón de fusilamiento. Los doce soldados escogidos por el mando cogieron los rifles, apuntaron al bulto y dispararon. Antes de entregar su alma, miss Zelle, mujer arrebatadora, de una belleza salvaje y curvilínea, incluso se permitió coquetear con sus verdugos. Sólo cuatro acertaron en la diana. Una vez muerta, el legendario cuerpo de Margaretha Geertruida fue cedido a la universidad para que los estudiantes realizaran prácticas de Anatomía. La cabeza, en cambio, fue embalsamada y alojada en el Museo de los Criminales de Francia hasta que, en 1958, desapareció misteriosamente. 
A Margaretha Geertruida Zelle le habían acusado de espionaje. Nacida en 1876 en Leuwaarden, había heredado la exótica belleza de su madre, oriunda de la isla de Java. Tras un matrimonio fracasado con un militar holandés, y después de ver morir, envenenado, a su hijo primogénito, Margaretha se afincó en París. Sin dinero y sin ayuda familiar, adoptó el sonoro nombre de Mata-hari y pronto cobró fama en los bajos fondos parisinos por sus exhibiciones de bailes orientales, que solían acabar en un seductor ejercicio de 'strip-tease' que hacía enloquecer a los hombres. Margaretha se convirtió en prostituta de lujo y por su cama comenzaron a desfilar los grandes prohombres de la República francesa. Políticos de rango y militares con muchas condecoraciones se enredaron en las sábanas de Mata-hari, que también frecuentó a oficiales rusos y alemanes. Su conducta disipada, tolerable y hasta simpática en tiempos de paz, resultó muy incómoda cuando estalló la I Guerra Mundial, en 1914. Acusada, con pruebas débiles, de ser agente doble al servicio de Alemania, los franceses la condenaron a muerte. «¿Una ramera? Sí. Pero una traidora, jamás», protestó Margaretha. Su alegato no le sirvió de nada y sus célebres amantes tampoco movieron un dedo para salvarla. Murió a los 41 años. 
Fuera o no una verdadera espía, Mata-hari inauguró el prototipo de la cortesana peligrosa, que comparte la cama (y quizá los secretos) de hombres con cargos demasiado sonoros. En la época de la Guerra Fría, los británicos parecieron especializarse en este tipo de escándalos bélico-carnales. John Profumo (1915-2006), secretario de Defensa en el gabinete conservador de Harold McMillan, cayó rendido a los pies de una bailarina, Christine Keeler. El arrebato romántico de Profumo apenas duró unas semanas, tiempo suficiente para hundir su carrera política y provocar incluso la dimisión del primer ministro. Al tiempo que pelaba la pava con Profumo, la bailarina Keeler mantenía relaciones con Yevgeni Ivanov, agregado naval soviético y presunto espía con cobertura diplomática. Años después, la española Bienvenida Pérez repetiría las hazañas de Keeler, al convertirse en el improbable centro de un triángulo amoroso compuesto por sir Anthony Buck, secretario de Estado de Marina; sir Peter Harding, Jefe del Estado Mayor; y el conde ruso Nicolas Sokolow. Nadie logró realmente saber si, además de fluidos, Bienvenida intercambiaba secretos con sus romeos, pero el escándalo bastó para acabar con la carrera política de lord Harding. 
Maestro de espías
Pero la aventura de Bienvenida Pérez es una película chusca de destape en comparación con la epopeya de Joan Pujol García (1912-1988), un granjero catalán que había trabajado como conserje de hotel y que se convirtió, por propia voluntad, en uno de los espías más decisivos del siglo XX. 
En el año 1940, Joan estaba curado de espantos. Después de vivir la tormentosa República, la sanguinaria Guerra Civil y la posterior opresión franquista, había llegado a una conclusión sabia: ni los nazis ni los soviéticos eran trigo limpio. Joan bien pudo quedarse en su casa, maldiciendo a unos y otros mientras echaba de comer a los pollos, pero decidió hacer algo para salvar el mundo. Así que convenció a su mujer, la gallega Araceli González, para que ofreciera sus servicios como espía en la embajada de Inglaterra en Madrid. Podemos imaginar las sonrisillas irónicas y condescendientes de los funcionarios británicos, que rechazaron la ayuda de aquel entusiasta mozo catalán. Pero Joan no se desanimó e ideó un plan todavía más osado: se ofrecería a los alemanes y luego, cuando fuera aceptado, iría con el cuento a los ingleses. Así lo hizo. Y de este modo se convirtió en agente doble al servicio del MI5. Joan Pujol se afincó primero en Lisboa y luego en Londres e hizo creer a los alemanes que había creado una red de espionaje en territorio británico. 
Joan, por encargo de los oficiales aliados, empezó a trasmitir informaciones veraces, aunque insustanciales, a los mandos nazis. Los alemanes enviaban a 'Arabel', nombre en clave de Pujol, una gruesa cantidad de dinero al mes para mantener su supuesta red de agentes, que llegó a contar con 27 miembros ficticios. Las informaciones de 'Arabel' sirvieron, entre otras cosas, para que Hitler creyera que el desembarco de Normandía iba a ser una estratagema y que el ataque definitivo se iba a producir en Calais. 
Oficialmente, Joan Pujol murió en Angola en 1949. Su estrategia fue tan fina y sus nervios tan helados que los nazis nunca llegaron a sospechar la traición y siempre le consideraron un héroe. Junto a la Orden del Imperio Británico, ganada a pulso, lucía la máxima condecoración del Tercer Reich, la Cruz de Hierro. 
Pero la historia de 'Arabel' o de 'Garbo', como era llamado por los ingleses, no acabó con su presunta muerte. Treinta años después, un escritor de novelas de intriga, Nigel West, se puso a investigar sobre el personaje y descubrió que, en realidad, Joan no había fallecido en Angola. En ese momento, todavía vivía, bajo nombre supuesto y casado en segundas nupcias, en Venezuela, donde se dedicaba a dar clases de inglés para la multinacional petrolera 'Shell'. Discreto hasta el fin, nadie sabía nada de su historia como espía. Murió en 1988. 
Todo por dinero
Joan Pujol se hizo espía por imperativo ético, pero también hubo casos en los que pesó, sobre todo, el dinero. Alfred Redl puede erigirse en patrón de los peseteros. Oficial del ejército austrohúngaro, nacido en Ucrania en 1864, dominaba el alemán, el ruso y el polaco. Fue un militar intachable hasta que Rusia le amenazó con revelar al mundo la relación homosexual que mantenía con un teniente si no se convertía en espía a su servicio. Redl accedió al chantaje, primero a regañadientes y finalmente con entusiasmo, al comprobar cómo engordaban sus cuentas bancarias. Llegó a ser Jefe del Estado Mayor, pero cayó cuando, en un descuido, se olvidó un cortaplumas al recoger un soborno. Descubierto, abochornado y enfermo de sífilis, Redl se suicidó. 
Tal vez convendría acabar esta breve historia con un hombre, Henry L. Stimson, de ideales decididamente obsoletos. A Stimson, secretario de Estado de EEUU en 1929, le ofrecieron crear un servicio de espionaje llamado 'Cámara Negra'. Stimson se negó. Muy ufano, torció el gesto y dijo: «Los caballeros no leen correos de otros caballeros». No es un buen lema para Wikileaks. 
Pio Garcia
http://www.ideal.es/granada/v/20101130/sociedad/mata-hari-wikileaks-20101130.html

No hay comentarios:

Publicar un comentario